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Juan Chaves


 

Histórico dibujante del diario Hoy de La Plata. Todos los días, tuvo la difícil tarea con sus dibujos, de poner una sonrisa para hacer frente una realidad inclemente.

A Juan Chaves de chico le gustaba dibujar, y por fidelidad a ese niño defendió con pasión esa felicidad de ilustrar y construir pequeños mundos dentro de un cuadradito.

Desde 1993 tomó el camino del humorismo gráfico, un empeño quijotesco signado por el desafío de crear diariamente un chiste que revele el ánimo social al mismo tiempo que fortalezca el espíritu de los lectores para emprender la dura marcha por la cotidianidad.

Trabajó para las colecciones de literatura infantil de la Editorial Guadal, encontrando en los dibujos para niños una ocasión para la diversión y el vuelo. Para él el entretenimiento está en la base de su oficio: “Soy muy feliz dibujando y escribiendo y espero que los demás también lo sean cuando vean mis ilustraciones y lean mis cuentos”.

En sus historias podían enfrentarse desopilantes equipos de fútbol como Los Orkos Fúbol Clu contra Deportivo Las Brujas, haciendo que lo sigamos como si se tratara de un partido decisivo de la Liga Nacional; existir horóscopos delirantes, hallazgos inauditos producidos no en un planeta ignoto sino en el Parque Pereyra Iraola, políticos de abdomen en indetenible crecimiento. Argumentos sencillos contados mediante trazos ingenuos donde reinaba una alegría primordial, fácilmente compartible, que no menoscababa a nadie e incluía a todos.

El síndrome de hoja en blanco es una acechanza que sufren todos los que tienen la obligación de crear. Quino dio una receta que muchos dibujantes siguen al pie de la letra: dibujar sin parar hasta que surja una idea.

Empezar a bocetar hasta que la idea vaya cobrando forma. Juan Chaves hizo suya esa máxima del padre de Mafalda, y todos los días se dejaba guiar por su lápiz en busca de esa ocurrencia furtiva: “Cuando aparece el síndrome de la hoja en blanco hay que recurrir al oficio.

El absurdo y los inconvenientes diarios suelen ser cosas a las que apelo bastante”. En esa declaración está la clave de cómo entendía su oficio: considerar a la asfixiante realidad kafkiana, en la que todos nos movemos y que renueva cotidianamente su arsenal de inconvenientes, no como un tentáculo que estrangula la posibilidad de reírnos, sino como un enemigo que solo podemos vencer con la risa, o su hermana tímida, la sonrisa.

Algunos dibujantes buscan la perfección de la línea fría, otros rompen el corazón. Algunos deslumbran; otros, emocionan. Chaves tenía como finalidad lograr una empatía con los lectores, identificarse con sus penurias y acompañarlos desde el humor en medio de tantas zozobras.

Juan Chaves era capaz de la proeza de resolver una situación humorística en un cuadrito, que es como hacer una gambeta en los límites de una baldosa. Allí está el secreto de la síntesis, el don de procurar decir el máximo con el mínimo de recursos disponibles. Se definía a sí mismo como “un duende temeroso que no sabe que es un duende”. Él no lo sabría, pero sus lectores lo tenemos muy en claro: Juan Chaves era un duende.

Padeció la incurable necesidad de compartir sus creaciones artísticas, robando la fuerza de la sangre que empujaba debajo de su piel y dibujando hasta los últimos días su huella sobre la tierra. El nombre de Juan Chaves se convirtió en otra manera de nombrar el asombro.

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