Dr Tomás Diego Bernard, abogado, procurador, escribano, doctor en jurisprudencia, un hombre cuyas inquietudes lo llevaron a desempeñar múltiples cargos, convertirse en una figura pública y merecer diversas distinciones. Nacido en La Plata el 18 de agosto de 1919, su vida estuvo fuertemente ligada desde siempre al desarrollo de la Ciudad. Su abuelo fue amigo personal de Dardo Rocha y uno de sus colaboradores en la gesta fundacional; su padre, escribano también, fue concejal y presidente durante 15 años del Montepío Civil de la Provincia de Buenos Aires, hoy Instituto de Previsión Social.
Fue profesor emérito de varias universidades, ministro de Educación de la
Provincia, director del Museo Histórico Nacional, intendente de la ciudad de
Córdoba, fundador del Círculo Sanmartiniano local, titular de la Sociedad de
Escritores Bonaerenses, rector de la Universidad Notarial Argentina, Ciudadano
Ilustre de La Plata, representante argentino en la Ciudad Universitaria de
París, cónsul general "ad honorem" del Ecuador...
Alumno aventajado desde muy chico, Bernard egresó de la Escuela Anexa y
aprobó los seis años del Colegio Nacional en apenas cuatro. Luego ingresó a la
facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata, donde obtuvo el
título de abogado antes de los 21 años, lo que le impidió ejercer su profesión
hasta alcanzar la mayoría de edad.
Tomás Bernard vivió intensamente desde muy joven, vinculándose con personas
mayores que él y de peso en la vida política, cultural y social del país. Entre
ellos Alfredo Palacios, Ezequiel Martínez Estrada, Roberto Themis Speroni,
Carlos Sánchez Viamonte, Oscar Ivanisevich, Jorge Garrido y Eduardo Colombres
Mármol, todos amigos dilectos de sus años juveniles.
Fue también un viajero incansable. A los siete años realizó con sus padres
su primer viaje a Europa en tiempos en que hacerlo constituía toda una aventura
de un mes de navegación. Volvió al viejo continente diez años más tarde, casi
en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial; y realizó luego infinidad de
viajes en compañía de su esposa, Elena Rubianes, hija del ilustre jurista
Joaquín Rubianes.
Su relación con quien fuera la madre de sus tres hijos y la compañera de
toda la vida nació en Córdoba en 1944, cuando a sus 25 años Bernard fue
nombrado intendente de esa ciudad, convirtiéndose en el jefe comunal más joven
del país.
Escribió veinticinco libros y más de cuatrocientos ensayos de
investigación, buena parte de ellos sobre historia colonial hispanoamericana y
temas sanmartinianos. Se destacan entre sus obras "Las máximas para mi
hija", "Retrato Espiritual de San Martín", "El eje
Montevideo - El Callo y la epopeya naval de la emancipación", "La
Carta de Lafond, de San Martín a Bolívar" y "Retablo Sanmartiniano";
por citar sólo algunos títulos.
Su admiración y labor alrededor de la figura del general José de San Martín
le valieron, entre otros múltiples títulos y cargos, la Insignia de Honor del
Instituto Argentino de Cultura Histórica y la Réplica del Sable Corvo del
Libertador, premio instituido por Consejo Superior del Instituto Nacional
Sanmartiniano.
En 1995, cuando ya empezaba a pensar en retirarse de la función pública,
Bernard fue nombrado ministro plenipotenciario argentino y director de la Fundación
Argentina en la Ciudad Universitaria de París, desde donde coordinó decenas de
intercambios culturales franco-argentinos a lo largo de cinco años.
Tras regresar de París a La Plata en el año 2000, ya alejado de toda
función pública y de las actividades que incansablemente desarrolló en tantas
instituciones de la Ciudad y el país, salvo del consulado honorario de Ecuador,
Bernard dedicó íntegramente la última etapa de su vida a su familia, su mujer,
Elena; sus hijos Tomás Diego, María Elena y Claudio Joaquín; sus nueve nietos y
sus cinco bisnietos.
Sus amigos y todos quienes lo conocieron lo recordarán por su generosidad,
su amabilidad, su pasión por las charlas y los debates y su extraordinaria
capacidad para sostener con firmeza sus convicciones -estuvo vinculado al
justicialismo desde el origen mismo de esa fuerza- manteniendo siempre una
inalterable actitud de respeto por quienes sostuvieran ideas distintas.