Artista experimental y de una obra inmensa, perseguida política y protagonista del arte correo en América Latina.
Inclasificable, prolífica y comprometida, aunque a la vez relegada y poco conocida más allá de su círculo artístico. Cuando el 30 de enero de 2022 murió Graciela Gutiérrez Marx, artista experimental, escultora, xilógrafa, docente y una de las protagonistas del arte correo en América Latina, la historiadora del arte Andrea Giunta escribió: “Existe una deuda inmensa en el reconocimiento de su trabajo. El canon del arte correo es predominantemente patriarcal. Graciela desplegó acciones postales complejas, internacionales, afectivas y políticas que requieren una investigación comprometida y detallada. La cultura artística ha perdido a una artista que ha dejado un legado inmenso”.
Graciela Gutiérrez Marx nació el 4 de abril de 1942 en La Plata, hija única de una familia de clase media con escasos recursos. Su madre, Blanca Marx -más tarde rebautizada Mamablanca-, era una maestra de educación primaria que empezaba a torcer el destino de pobreza que parecía inquebrantable por haber nacido en un barrio marginal de la ciudad de Quilmes, siendo hija de un pescador y de una empleada doméstica y hermana de muchísimos hermanos.
Antonio Raúl Gutiérrez, su padre, era el hijo de una sirvienta que tuvo que huir con el niño en brazos antes de que se descubriera que la criatura era fruto de un romance con su patrón, un estanciero de la zona de Brandsen. Pero a pesar de sus orígenes humildes, la pareja logró construir una idea de futuro y una casa de estilo racionalista en La Plata, en la calle 8, la primera de esas características en la ciudad. Y allí tuvieron a su hija, Graciela Gutiérrez Marx.
LA PEQUEÑA ARTISTA
Hay una escena fundacional. Cuando Graciela tenía cuatro años, sus padres le regalaron una caja de lápices Caran D’ache. Pronto empezó a garabatear líneas, a superponer colores, a intentar formas. Y algo de eso llamó la atención de sus padres quienes, ajenos al mundo del arte, alentarían las inquietudes creativas de la niña durante toda su vida escolar.
Realizó sus estudios secundarios en el Bachillerato de Bellas Artes, que en ese entonces era un proyecto experimental impulsado por un grupo de profesores de la entonces Escuela Superior de Bellas Artes -hoy Facultad de Artes-. Estudió allí hasta 1960. Por esos años, según sus propias palabras, leía a Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Pablo Neruda y el Popol Vuh; y le apasionaban las películas de Federico Fellini, Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni y la Nouvelle Vague.
Su único hijo, Martín Eckmeyer, es compositor, docente, investigador y doctor en arte de la Universidad Nacional de La Plata. Así rememora aquellos tiempos de juventud de su madre, reconstruidos a partir de relatos familiares. “No me acuerdo cuáles eran sus opciones, algo era en Humanidades, educación o algo así, y parece que fue mi abuelo el que la anotó, a mi vieja, en la Escuela Superior de Artes. Y después, cuando se cayó lo de la otra carrera, no sé por qué, mi abuelo se lo confesó. Ahí yo no lo tengo muy claro, pero sé que fue así, que no es que mi vieja ya la tenía re clara que iba a ser escultora, sino que mi abuelo fue el que la anotó”.
Y amplía: “De hecho, la casa que hicieron mis abuelos, originalmente, ni siquiera tenía un segundo dormitorio. Y la única modificación que le hizo a esa casa, que hasta buscaron al mismo arquitecto, fue hacerle a mi mamá, más que una habitación, un taller, porque le hicieron hasta piletones para la arcilla”.
Martín cuenta la historia de su madre con extraña fascinación, como si se tratara de la protagonista de una película de aventuras cargada de personajes que escapan a cualquier estereotipo y cuyo relato transcurre por saltos temporales. Una película en la que, tiempo después, ocuparía un papel central.
AÑOS DE FORMACIÓN
Graciela transita su formación como escultora en los ´60, años de profundos cambios sociales, inestabilidad política, peronismo proscripto; pero también de producción intelectual desbordante, de ebullición cultural y de revoluciones. En La Plata, la joven artista aprende del rigor de la academia al tiempo que se vincula con la vanguardia, representada principalmente por el Grupo Sí.
En la Escuela Superior de Bellas Artes se forma principalmente en escultura con Aurelio Macchi. “En ese taller estaban ella y otras dos compañeras y ahí había un tema de género muy fuerte. Les decían a mi mamá y a sus dos compañeras ‘vayan a amasar ravioleras’, y eso era que tenían que ir a los piletones de arcilla y no sólo para ellas sino para sus compañeros. Eran como las cadetas, digamos, o las empleadas de los demás. Un horror”, dice Martín, su hijo.
Sin embargo, en esas aulas también conoció a Manuel López Blanco, que estaba a cargo de la cátedra de Filosofía y Estética. Graciela fue su alumna y luego ayudante durante siete años. De él tomaría las ideas para buena parte de su creación artística. “Manuel López Blanco, que me había elegido como ayudante de cátedra, fue mi primer gran maestro. Él puso en crisis el rol del artista en la sociedad. Se lo dijo a toda la facultad pero a mí me pegó, según algunos mal, pero yo creo que bien. Siempre me estuve cuestionando, desde las primeras muestras, para qué producía, ¿para vender? No me interesaba”, dijo Graciela en 2010 en una entrevista con el suplemento Las 12 del diario Página 12.
En los turbulentos ´60-70, junto a otros artistas, se replanteó los modos de producción y el rol del artista, gérmenes de futuros proyectos colectivos. Mientras tanto, ganó algunos premios como escultora y expuso sus obras en 1967 y 1968 en la Galería Lirolay de Buenos Aires, un espacio de vanguardia que, pocos años más tarde, organizaría la primera muestra de otro joven y por entonces desconocido artista llamado Guillermo Kuitca.
PALABRAS DE AMOR EN INGLÉS
En 1967 Graciela Gutiérrez Marx egresó de la Escuela Superior de Bellas Artes como Profesora y Licenciada en Escultura. Al año siguiente falleció su papá, Antonio. Esa muerte, de acuerdo al testimonio de conocidos, la golpeó emocional y económicamente. Blanca, su mamá, hacía ya varios años que se había retirado de la docencia y ambas debieron sostenerse con los magros ingresos de una jubilación y la pensión del padre muerto.
“Cuando en el 68 muere mi abuelo, mi mamá tenía 26 años, era bastante joven. Le dolió un montón, porque mi abuela siempre era como el costado más severo, más estricto, más de la norma moral y mi abuelo era más el histriónico, el jodón, entonces para mi vieja siempre era como un equilibrio eso .Y para tratar de salir del momento malo, le regala a mi abuela un viaje a Europa, en barco, y ahí conoce a mi viejo. Se conocieron arriba del barco”.
Martín Eckmeyer repasa ese primer encuentro que le contaron cientos de veces. Habla de su padre, un alemán nacido en pleno conflicto bélico, hijo de un soldado y perfecto exponente del “milagro alemán”, que se forma como ingeniero ceramista gracias a las becas que le dio el Estado, y luego sale a recorrer el mundo. Mientras relata, Martín intenta descifrar cómo, a partir de ese encuentro casual en el que Graciela no hablaba una palabra de alemán y su padre desconocía por completo el idioma español, se unirán en la vida por casi una década.
Lo cierto es que ese romance en altamar, con palabras de amor en inglés, termina cuando los amantes de despiden en las costas del mar Mediterráneo, en el puerto de Génova. Se volverán a reencontrar pocos años después, cuando él regrese a la Argentina y, por medio de un telegrama, le proponga casamiento.
Durante ese viaje por Europa, Graciela recorre ciudades y museos, pero nada de todo eso la deslumbra: luego dirá que su estadía en Europa le confirmó que Argentina era su lugar, La Plata, su trinchera, y toda Sudamérica y el Caribe, su identidad.
Ya de regreso en el país la artista se unió a los movimientos políticos por la liberación, realizando trabajos en los barrios más vulnerables del conurbano bonaerense. Alternó su tiempo entre la producción artística, la militancia en el peronismo de base y su labor docente en el Bachillerato, en la Escuela Superior de Bellas Artes y en el Colegio Nacional de La Plata. Es en este último que conoció a Edgardo Antonio Vigo, artista experimental ya destacado en la escena platense. Será él quien le hable por primera vez del arte correo, una disciplina que proponía el intercambio de pequeñas obras utilizando las materialidades del correo postal.
Pero antes de que Graciela comience a participar activamente del circuito del mail art, sucederán varias cosas: un casamiento, un hijo y un golpe de Estado.
DICTADURA Y RESISTENCIA
En un artículo titulado "My life in mail art. Los artistas invisibles o la red sin pescador", publicado en febrero de 2014 en la edición digital de Giroscopio, Graciela Gutiérrez relataba: “Me casé en abril de 1973, quedé embarazada y, para poder terminar mi embarazo, tuve que guardar cama cinco largos meses, cargados de impotencia y dolor. Tiempos en los que vi morir (inmovilizada aunque no des-movilizada) a los compañeros villeros, a los que creíamos en las utopías realizables, a los que se jugaban la vida por hacer nacer un nuevo amanecer”.
Ese reposo también la obligó a renunciar a su trabajo en el Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires, donde le negaron la licencia por maternidad; y a reemplazar el trabajo con las grandes estructuras de hierro por la xilografía y al dibujo. Este cambio de disciplina sería decisivo para la vida artística de Graciela: al poco tiempo, sus xilografías viajarían por todo el mundo siendo una de las mayores exponentes del arte correo en nuestro país.
En 1975, en efecto, Graciela logró ingresar al circuito del arte correo. No fue sencillo. Edgardo A. Vigo le hablaba de sus intercambios postales y de la poesía concreta, pero tenía cierta reticencia a incorporar a Graciela a la lista de artecorreístas. “A Graciela le costó entrar al circuito de arte correo y entra, en realidad, por una invitación de Horacio Zabala”, dice María de los Ángeles de Rueda, profesora, licenciada en Historia de las Artes Plásticas, magíster en Estética y Teoría de las Artes, y una de las personas que más ha investigado la obra de Gutiérrez Marx.
En la llamada Última exposición Internacional de Arte Correo ’75 -la primera muestra de arte postal en Argentina-, organizada por Vigo y Zabala en Buenos Aires, Graciela expuso sus sobres xilografiados y un sello de goma en donde apareció una paloma con forma de mano que “goteaba sangre roja y portaba una cruz que decía ‘pacem pueblo’, una prospectiva de los sepulcros con cruces NN, que al poco tiempo inauguró la dictadura militar”, tal como lo describía la artista en el artículo publicado en Giroscopio en 2014. Esa muestra fue censurada y Gutiérrez Marx debió descolgar todas sus intervenciones. Al año siguiente se produjo el golpe de Estado cívico-militar en Argentina.
“Una mañana del mes de julio de 1976, estando en el taller de escultura de Bellas Artes, una alumna fugitiva -la única que logró escapar- me comunicó la desaparición de sus compañeros del bachillerato -mis alumnos- junto a la del hijo de Vigo, operación ejecutada por la fuerza de Infantería Naval. La ciudad de La Plata, universitaria por excelencia, se transformó en campo de fusilamientos nocturnos, requisas y golpes de botas y fusiles en puertas y ventanas. Con la sangre derramada en veredas, balcones y parques, fundaron el imperio del Terrorismo de Estado (…) Fui separada de todos mis trabajos, docentes y administrativos, me aplicaron el artículo de seguridad por no querer colaborar con el Proceso de Reconstrucción Nacional. Inhabilitada para todo tipo de trabajo durante cinco años, fui echada de mi segunda casa (Bellas Artes), a la que no volví NUNCA MÁS”, escribía Gutierrez Marx en 2014 para Giroscopio.
Con Edgardo Vigo sostuvo un maridaje estético, como lo llamó Graciela, que duró hasta 1983. Juntos realizaron varias producciones con distintas materialidades, construyendo metáforas a partir de poesías visuales, xilografías, gráficas alternativas y plataformas poético-políticas que circulaban por la red postal.
“Fue un vínculo artístico muy pasional, ambos eran absolutamente intensos y comprometidos con el trabajo y daban todo. Y creo que se influenciaron mucho porque, si bien él tenía un tipo de obra y ella otra, cuando producían juntos, bueno, ahí me parece que había una negociación. Graciela influenció mucho a Edgardo, especialmente en todas estas acciones mínimas, casi domésticas, pero que eran artísticas, que ella proponía y que hacían juntos”, comenta Claudia Del Río, artista visual y docente de la Universidad Nacional de Rosario que formó parte de circuitos de mail-art y participó de varios de los proyectos colectivos impulsados por Gutiérrez Marx en los años ´80.
Las prácticas del arte postal le permitirían a la artista no sólo participar en más de cuatrocientas muestras nacionales e internacionales y crear obra por fuera de las normas del mercado e involucrarse en proyectos colectivos; le permitirían también, y fundamentalmente, eludir la censura de la dictadura militar y así poder denunciar sus atrocidades.
EL ARTE ES VIDA
Por esos años, sin frenar su descomunal energía creativa, Gutiérrez Marx desarrolló una obra simultánea. En 1979 coordinó un proyecto de arte correo en el Jardín de Infantes 938 de La Plata, al que concurría su hijo Martín. En esta acción involucró a toda la comunidad educativa, incluyendo al cartero del barrio que repartió los sobres entre las diferentes salas, y a artistas de la red postal de diferentes partes del mundo que crearon sellos para los niños. Este acontecimiento, que se conoció como “Estafeta postal 38, Correo de Cucarachas”, es la primera muestra de estampillas de artistas que se hizo en Latinoamérica.
Siguieron otros proyectos de creación colectiva, como “Los códices marginales de Mamablanca” (1980), una convocatoria para artistas y no artistas (a los que Graciela llamó artistas descalzos) bajo el lema Grupo de Familia, reconstrucción del mito. La convocatoria pretendía ser un regalo para el cumpleaños número 75 de su mamá, Blanca, pero también un ensayo de participación abierta y colectiva. Esta acción convirtió a Mamablanca en un arquetipo del arte correo internacional y muchos artecorreísta continuaron involucrándola en sus propuestas, más allá de la muerte de Blanca en 1991.
La fusión de la vida y el arte como horizonte. “Una consigna importante de mi mamá, de hecho escribió un libro que se llama Hacia una estética convivencial es que el arte esté entroncado con la vida; que no haya una idea del artista, como tiene la estética occidental, desvinculado del mundo cotidiano. Entonces siempre, para mi mamá, su vida familiar o los miembros de su familia, yo incluido, mi abuela y en algún momento anterior mi abuelo, fueron elementos de su poética; en su obra y después también como partícipes”, explica Martín Eckmeyer.
PROYECTOS DE CREACIÓN COLECTIVA
En 1983 Graciela se separó de su marido y, ese mismo año, la sociedad artística con Edgardo Vigo llegó a su fin. Serán tiempos de cambios, de apertura democrática, de volver a habitar las calles y de generar redes en otros escenarios. En esa etapa, una de sus principales aliadas es Susana Lombardo, que antes de convertirse en su amiga más cercana fue su alumna en la Escuela Superior de Bellas Artes: la incorporación de los alumnos a sus proyectos será otra constante en la vida de Graciela.
“Había mucha emocionalidad, mucho sufrimiento, como una necesidad de juntarnos. Empezamos a reunirnos, con mucho cuidado y en el ‘81, ‘82, surge por primera vez hacer algo colectivo que se llamó el Altar Popular”, cuenta Susana, hoy una señora de ojos vivaces que habla con el entusiasmo intacto de aquella joven escultora.
Altar Popular, basurero poético fue la primera de varias propuestas de creación colectiva. Le sucedieron muchas más, que diseñaron como grupo bajo el nombre de Compañía de la Tierra Malamada, “un colectivo abierto que proponía como concepto el acercamiento temporario a quienes quisieran participar, acompañando desde su nacimiento los proyectos que fueran surgiendo en el día a día. En general, fueron artistas y no artistas que no encontraban su lugar como hacedores o espectadores del arte legitimado”, describe Gutiérrez Marx en su libro Artecorreo. Artistas invisibles en la red postal, publicado en 2010.
La Compañía generó múltiples acciones durante toda la década del 80, donde se destaca El Tendedero. Poema Colectivo Colgante; Restos Poéticos en Resistencia; y una instalación urbana desarrollada durante el Primer Fogón de la Cultura Popular realizado en la Plaza Dardo Rocha.
“Éramos personas, mujeres, metidas en la educación, metidas en el laburo, metidas en todo, (…) viajábamos a Buenos Aires en tren y veíamos todas las villas y todo lo que veíamos siempre era ropa colgada (…) Y así surgió lo del tendedero, que fue lo que llevamos al Fogón. (…) Y empezamos a pedirles a nuestras compañeras y a nuestras alumnas que traigan ropa (…) que tenga que ver con algo que les pasó (…). Me acuerdo que una compañera nuestra del comercial, Lili, colgó por primera vez el corpiño de sus mellizos muertos. No era ropa que vos colgabas para que se secara, cada ropa era una historia. Después había banderas, estaban las Madres de Plaza de Mayo que nos trajeron cosas también, ropa de sus hijos desaparecidos. Muy fuerte todo eso, fue una experiencia que nos marcó para siempre “, recuerda Susana Lombardo.
Además, durante esas jornadas, que duraron dos semana, colgaron una pancarta que proclamaba “Por un arte de base sin artistas”, que no fue bien vista por los profesionales del arte. La consigna ya había sido presentada durante la exposición Primer encuentro de arte experimental y mail-art realizada en Rosario, donde Gutiérrez Marx, junto a Clemente Padín, Susana Lombardo, Mamablanca, Claudia del Río, Jorge Orta y Noni Argañaraz formaron la Asociación Latinoamericana y del Caribe de Artistas-Correo.
También por esos años Gutierrez Marx y los integrantes de la Compañía participaron de convocatorias impulsadas por otros colectivos, como el Teatrazo, Vela por Chile, Bicicletas a la China, Plaza Moreno y Desaparecidos Políticos de Nuestra América, entre otros. Y editaron un periódico marginal llamado Hoje-Hoja-Hoy, del que participaron Hilda Paz, Gustavo Mariano, Daniel Gluzmann, Gabriela Hermida, Alfredo Mauderli, Susana Lombardo y Graciela Gutiérrez Marx.
LA TORMENTA PERFECTA
En enero de 1991 muere Mamablanca y la situación económica de Graciela empieza a ser más endeble. “Mi vieja empieza a tener problemas económicos porque, mal que mal, siempre en la economía de la casa estaban también los ingresos que eran su jubilación y la pensión de mi abuelo. Entonces, como deja de tener eso, mi vieja empieza a tener como otras urgencias económicas y ahí le aconsejan, entre otras cosas, alquilar el Galpón de la Loma”, comenta Martín Eckmeyer.
El Galpón de la Loma había sido el centro de operaciones de todas las acciones que realizó la Compañía de la Tierra Malamada hasta los años ´90. Un espacio comprado por el ex marido de Graciela para montar una fábrica de repuesto, que se encontraba en 131 entre 38 y 39, y que luego del divorcio quedó en manos de la artista. Este espacio había sido una suerte de refugio para los miembros de la Compañía durante los años de dictadura y su pérdida, en efecto, significó un cambio importante en la dinámica organizacional del grupo.
Además, a comienzos de los ´90 suceden otros dos hechos que afectan profundamente a Gutierréz Marx: la Huelga del Arte, un movimiento que se da dentro del arte correo, y el menemismo. “Y entonces se murió su mamá, con la que había vivido toda su vida; esto de la huelga del arte; el menemismo que le cayó muy mal, sin ser alguien que perdió el laburo, pero fue el tiro de gracia”, explica su hijo Martín Eckmeyer.
Por esos años, sin calmar su espíritu inquieto, Gutiérrez Marx comienza a interesarse por la pintura y pasa sus días entre las clases en los Institutos de Formación Superior, la producción de cuadros y las prácticas de arte correo.
En 2007 regresa la Facultad de Bellas Artes -hoy Facultad de Artes- pero esta vez como alumna de la Maestría en Estética y Teoría del Arte y en 2010 presenta su tesis titulada “Artecorreo. Artistas invisibles en la red postal”, publicada por ediciones Luna Verde. La escritura de este libro, en el que reconstruye la historia del mail art y la vincula con su propia biografía, le renueva el entusiasmo y logra hacer presentaciones con muestras y acciones performáticas. También comienza a tener una obsesión: recuperar el galpón de la Loma.
“Debió haber sido por el 2011. Y logró volver a tenerlo. Lo refaccionó todo y se gastó, otra vez, toda la guita para ponerlo de punta en blanco y hacerle cosas. Ella quería estar más acompañada. Me parece que hay un tema ahí con la soledad también”, reflexiona Martín. Pero las cosas no salieron como Graciela esperaba. “La gente no se había prendido. Iban un poco como ‘te quiero y vengo a ayudarte a poner cosas’, pero nadie puso una ficha ahí. Eso fracasó también. Y sobre llovido, mojado, en el 2013 se inunda el Galpón”, cuenta Martín.
El 2 de abril de 2013 se produjo en La Plata una de las tragedias más recordadas de su historia reciente. Luego de la lluvia más abundante de la que se tenga recuerdos, la ciudad quedó bajo el agua. El barrio de la Loma fue uno de los más afectados y el galpón sufrió las consecuencias. En él Graciela guardaba parte de su archivo que fue arrastrado por el agua. “Ahí tomó dimensión de que le había salido mal. Y ahí yo ya la empecé a ver un poco mal, como perdida. No sé, retrospectivamente, para mí es todo más coherente, en el momento no me daba cuenta, pero se olvidaba de algunas cosas, estaba como en otro mundo”.
Todos quienes conocían a Graciela Gutiérrez Marx coinciden en que, después de la inundación, la artista quedó muy afectada. El 8 de abril publicó una foto en Facebook donde se la vio en medio de un galpón húmedo y vacío. “Limpiando y retirando todo lo roto, empapado por el barro y el hollín....domingo 6 de abril....”, escribió junto a la foto. Alguien comentó: "Hola Gra, vos como estas? te mandamos unos besos enormes”. Y Graciela respondió: “Muy pero muy triste y desolada....gracias por los besos”.
María de los Ángeles De Rueda cree que a partir de entonces empezó el declive. “Ella, con la inundación de La Plata tuvo un quiebre importante, porque mucha de su obra, mucho del material se inundó y eso le produjo como una crisis importante. Y tuvo una problemática que no sabría decirte exactamente cuál es, de salud mental. La vi con altibajos en el 2014 y después ya no la vi más. Hablé un par de veces con ella por teléfono y después ya no la vi más”.
UN TESORO MARGINAL
Antes de la inundación, en 2011, Gutiérrez Marx se había creado un perfil en Facebook y comenzaba a publicar fotos de sus obras y a tener una presencia casi diaria en esta red social. “Y a través de Facebook contacta con un galerista de Buenos Aires. Y eso un poco a mi mamá la sorprende, porque bueno, qué sé yo, mi mamá siempre era de estar en las sombras. Que un galerista le diga ‘sí, yo sé quién sos y me interesa mucho lo que hacés y de hecho te vengo buscando hace mucho tiempo’, la anima y empieza a armar la exposición de su vida”, cuenta Martín Eckmeyer.
Graciela comienza a preparar la muestra “Entrada y salida al Marxismo Mágico” a fines del 2012, donde incluye grabados y piezas de arte correo. La muestra estaba programada para el viernes 4 de octubre de 2013. Veinticuatro horas antes, Gutiérrez Marx sufre un accidente cerebrovascular (ACV).
“En ese momento en el Ministerio de Educación de la Nación, era asesor. Y me acuerdo de estar ahí, ya en la Facultad, re cansado, eran las 9 de la noche del jueves y me llaman al celular, un número que no sabía de quién era. Lo atendí de casualidad (…) y era un tipo que me empieza a decir ¿usted es algo de una señora, Graciela Gutiérrez Marx? Sí, le digo. Ah, porque yo la tengo acá, yo soy taxista de Capital Federal, y la tengo acá en el auto y la señora es como que me manda para lugares pero que después no son y está como muy perdida. Y yo la escuchaba a mi vieja puteando en el asiento de atrás. Yo le digo, no le de mucha pelota, trate de aguantársela y, por favor, tráigamela acá a La Plata porque está pasando algo”, recuerda Martín y agrega: “Y mi mamá, claro, estaba un día adelantada y no había manera de que se le acomodara el calendario. Así que bueno, ahí la llevé a una guardia y ya quedó internada para hacerse estudios”.
Luego vendrán las elucubraciones y las opiniones.
“Creo que eso que ella sintió como un compromiso también la llevó a lugares duros, porque siempre militó contra el sistema económico del arte. Y eso, no sé, yo me enteré hace poco que Graciela había entrado a esta galería a trabajar que, digamos, no era lo más normal que ella entrara a una galería. Y cuando me enteré esto, de que le agarró el ataque este en el camino a la muestra, sentí como que… ¡Guau! ella que era tan antisistema, entrando a una galería. Vaya a saber qué sintió. Por ahí nada que ver, me puedo re equivocar y es absurdo lo que digo”, dice Claudia Del Río.
“Ella era una genia del estilo Marta Minujín pero, justamente, de un arte que como no se vende, no se ve en galería. Es más, creo que algunos artistas de estos comprometidos y qué sé yo, por ahí no vieron con buenos ojos que se vendiera parte de esto a la galería que hizo su última exposición, pero que esté la obra de Graciela en un museo ya le da la categoría que tuvo, junto con Vigo”, dice Liliana Mónica Schwab, docente que participó en varios de los proyectos de la Compañía de la Tierra Malamada.
Y María de los Ángeles De Rueda dirá que “el concepto de artista cambia con ella y con todo el grupo, es una concepción de artista que se borra de ese ego tan fuerte, en la medida en que se funda en lo colectivo. Por un lado, es muy bueno que suceda para que no se pierda y que forme parte de la historia y del patrimonio; pero también están convirtiendo a artistas que figuraban en colectivo, y con cierta disolución justamente de las personalidades tan fuertes, de esa construcción de la figura de artista moderno, en lo que ellos no querían ser. Esos son los riesgos también”.
“Mucha gente se enojó con el galerista y con la exposición pensando que le hizo mal. Pero fue una de las pocas personas de todo el mundo del arte que durante la enfermedad de mi mamá no solo me preguntó todo el tiempo cómo estaba, sino que además me ofrecía cosas y se ofrecía a ayudar. La mayoría de la gente se borró. Yo los entiendo, son procesos complicados. Y actualmente es el mismo galerista, pero a partir de una fundación que es de Estados Unidos, el que se encarga de adquirir, para preservar, los archivos de varios practicantes de arte correo latinoamericanos. Lo que ahora, y ya en vida de mi mamá, con el consentimiento de ella, empezamos a hacer es a preservar ese archivo con esa institución”, aclara Martín.
Ese episodio, el accidente cerebrovascular, derivó en un proceso de demencia, y aquello que empezó en 2013 duró hasta enero del 2022, cuando Graciela Gutiérrez Marx falleció a causa del Covid- 19. Actualmente su obra está representada por la galería Waldengallery. Además, la Colección Malba hoy aloja “El tesoro marginal de Mamablanca-Grupo de familia”, obra de 1981 que reúne documentos, fotografías, tarjetas y sellos.
Dice la historiadora del arte Andrea Giunta: “No ha existido de ella una sola exposición antológica que nos permita enriquecernos con sus contribuciones, pero, al mismo tiempo, la comunidad a la que alcanzó con sus imágenes, fotografías, textos, y papeles sellados fue inconmensurable. El arte postal es la gran expresión internacional del arte entre los años setenta y el comienzo del orden global digital. Y aunque sus acciones se mantienen, la especificidad histórica del movimiento de arte postal estuvo muy ligada a las dictaduras y las estrategias para eludir la censura. Graciela Gutiérrez Marx fue una artista central en este movimiento”.
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